Una noche loca...

Me desperté con un terrible dolor en la lomera. Me eché la mano a la espalda, dándome unas friegas a la vieja usanza, para mitigar el agarrotamiento de los músculos. En la habitación todo estaba oscuro, no alcanzaba a distinguir más allá de mi naricilla de gnomo. No hacía falta el sentido de la vista para comprobar que no estaba en mi dormitorio y mucho menos para darme cuenta que no estaba en una cama. Era un cuarto oscuro, con persianas, una cama, una tele y un crucifijo. Un momento... ¿UN CRUCIFIJO? ¿Qué demonios...? Por mi cabeza pasaban todo tipo de ideas macabras: ¿me habré alistado en algún monasterio de clausura? ¿Me habré petado a una incondicional de Cristo de esas raras que vienen a ver al papa y cantan aquello de "Alabaré, alabaré..."? ¿Me habré petado, otra vez, a una anciana? Un momento... ¿Otra vez? ¿Cuándo me peté a una anciana? ...

¡¡¡JODER, JODER, JODER!!!

Mis cojones dejaron su natural estado de "colganderez" y se me subieron a la altura de la laringe. Empecé a sudar la gota gorda y a menearme nervioso en esa especie de sillón de dentista donde me encontraba atrapado. Cables por aquí, kleenex por allá, ... 

"Por lo menos fue una buena juerga..."- Pensé.

Antes de intentar ponerme en pie, rebusqué en mis pantalones. Sí, seguían allí. Mis gayumbos, quiero decir. No podía dejar la escena del crimen impregnada de pruebas que pudieran conducir hasta mí. Revisé todo a mí alrededor por si encontraba algo que me pudiera aclarar dónde leches me encontraba. Una especie de mochila a mi lado, un periódico en el alféizar, una silla al fondo de la habitación, un bulto en la cama, ... 

¡¡¡ JODER, JODER, JODER!!! Ahí estaba la solución al enigma. Me levanté cuidadosamente del butacón, procurando no despertar a la persona y/o cosa que allí se hallaba, hecha un gurruño con las sábanas. Los pequeños crujidos de mi calzado hicieron que aquel ser emitiera una especie de gemidos. Podría jugarme mil dólares (que no tengo) a que eran de hombre. Los sudores fríos de las películas de miedo eran ríos de magma en comparación con lo que me resbalaba a mí por la frente. Mi temor se acrecentó cuando de esa masa de carne y tela surgió un gruñido cavernícola. Empecé a emparanoiarme, a montarme una película marica y, asustado por las posibles consecuencias, aceleré el paso buscando a tientas una puerta, una salida de aquel infierno homosexual y desagradable. Mis ojos, como en otras muchas ocasiones, no me servían de mucha ayuda. Empezaba a ponerme más y más nervioso al no encontrar la forma de escapar de aquel habitáculo. A cada paso que daba, le correspondía un ronquido más poderoso y masculino. Cansado de la técnica del ensayo-error opté por pegarme a la pared y seguirla a gatas. Para ello tenía que rodear la cama de esa bestia inmunda. Reuní todo el valor que quedaba en mí maltrecho cuerpecillo de stripper-midget y acepté el reto. El suelo estaba frío y, a cada paso, levantaba pelusillas de polvo que iban directamente a la nariz y ojos. Con prácticamente todos los orificios de mi cuerpo  obstruidos en aquel momento (TODOS, TODOS) la misión se complicaba. La evasión de aquella cárcel oscura como tus ojos azabache se volvía a momentos un imposible. Cada centímetro que recorría provocaba en el "ente maligno" un aumento en los decibelios de sus amenazantes rebuznos. Acosado por el temor a que se despertara, procuré tragar la respiración durante el mayor tiempo posible. Al tiempo que palpaba la rugosa pared, intentaba eliminar de mi mente pensamientos gayerd, prácticas de sodomía y actos impuros bucogenitales. ¡PERO NO LO CONSEGUÍA! Mi anillo de pelo había sido destruido en los fuegos de Orodruin por ese orco que se escondía bajo una manta. Mi hojaldre había sido devorado por el más goloso de los presentadores de Telecirco. Mi ojal había sido enebrado por el hilo de algún desviado del glorioso camino de nuestro señor. Mi Ohio había sido conquistado por la lanza del jefe Indio Pétotel Ano. En mi ojo de las mil arrugas se había metido un mosquito del tamaño del Apolo XIII, en ... bueno, pilláis la metáfora...

Al caso. Me encontraba en esos pensamientos excesivamente bujarras, cuando las yemas de mis dedos hurgaron una superficie lisa. ¡LA PUERTA! ¡Salvado! Ahora sólo tenía que abrirla con mucho cuidado y escapar sin mirar atrás. Así lo hice. Procuré ser sigiloso girando la manilla, pero la bestia inmunda que me había penetrado el cacas se revolvía más y más. Sus ronquidos se tornaron en jadeos obscenos. ¿Me habría descubierto? Se hizo el silencio. Recordé aquello de "la calma antes de la tormenta" y, haciendo honor al dicho... Cayeron truenos. Pero truenos en forma de flatulencia descomunal que coincidió con el instante en el que me tocaba respirar. Con los pulmones intoxicados terminé de girar la manilla, abrí la puerta y huí de aquel horrible lugar. Corrí sin mirar atrás, como alma que lleva el diablo. No sentía las piernas, pero daba igual, había perdido mi virgo anal que era lo que realmente importaba y que nadie debería descubrir...

No recuerdo como llegué a casa ni qué hora era. Lo único que recuerdo, y vaya si lo recuerdo, es a mi madre entrar como una loca en mi habitación preguntándome, a grito pelado, porque había dejado de madrugada en el hospital sola a mi abuela.



...



(Basado en hechos realmente ficticios)

btemplates

2 comenta:

Anónimo dijo...

buahh jajajjajaja.. escribe un libro de relatos por favor q grande bicho jajajjajaa... dios

s.

justuku dijo...

Gracias S.

Espero que amenice tu estancia en B. xD

Publicar un comentario